Autor: Franklin Onésimo Tavárez Sánchez
Se me fue en un día triste de mi niñez…
Se me fue, dejándome un vacío en alma, hacia una ciudad distante.
Se me fue mi primer amor de entre las tripas y me quedé varado en el cafeto, abatido en mi entorno rural.
Se me fue tras una mudanza de sus consanguíneos adultos, en los tiempos en que los álbumes y fotos no se estilaban.
Se me fue, pero conservé una foto mental de su cara fresca, su flacura única y ojos que invitaban a la paz y a quedarse eternamente a su lado.
Se me fue y nunca le dije… pues entre juegos y comparticiones ingenuas, desprovistas de emociones sexuadas, transcurrió un gran tiempo de mi paraíso emocional.
Se me fue y nunca supe dónde ancló su barca, mientras mi muelle se dispuso a anclar naves distintas y transcurridos miles de días, conservé la sonrisa pícara con sabor a almíbar, con apenas pensarla como musa de mi pretérito.
Se me fue y ya quizás no sea la flacucha de mi antaño y yo tampoco el cuerpo de aguja que apenas asemejaba la ensaltadera de un hilo, pero, aunque ya no me ocupo de hallarla, ni de salir de la zona de confort que me han dado los años, es sublime volver a encontrarla posada en mis recuerdos.
Es que, al escribir estos versos, sé que esta historia describe la narrativa de muchos, que semejos, también dejaron en un adiós, las velas sin encender o las astas sin subir de sus festejos o banderas emocionales, de las cuales nunca se pudieron despedir.
Nota:
El autor es un romántico que narra historias ajenas como suyas o suyas que son ajenas