Por Ramón de Luna Peguero///EPC DOMINICANA-MEDIOS
En Santiago.-Por exigencia del país agredido, la Organización de Estados Americanos (OEA), ha pedido disculpas al pueblo dominicano por haberse prestado a hacerle el juego al gobierno norteamericano al avalar la intervención del 1965, que provocó miles de muertos, daños físicos, heridos y destrucción masiva, solo porque las mayorías nacionales trataban de reivindicar al gobierno que se habían dado en las urnas, depuesto a los siete mese de ser elegido. Sin embargo, hace tiempo que ese paso debió haberlo dado cualquiera de los gobiernos que han pasado por la Casa Blanca, comenzando por el que encabezara Lyndon B, Johnson.
No todos los países americanos se prestaron para la criminal tarea de prestarse para justificar lo injustificable, que no era más que afilar cuchilla para sus gargantas, aunque se sabe que lo hicieron presionados por el imperio en su pertinaz lucha intervencionista a que nos tiene acostumbrados, abrogándose un derecho que nadie se lo ha otorgado. Son ellos, los del imperio, quienes tenían la obligación de pedirnos disculpas por todo el daño que nos hicieron y que nunca nos resarcieron por su feroz arremetida contra un pueblo que solo luchaba por su reivindicación y la vuelta a la institucionalidad.
Debemos recordar que Uruguay y Méjico rechazaron prestarse para aquel crimen a la soberanía de un país hermano, igual que Chile, Argentina y Venezuela se abstuvieron a las órdenes del imperio, mientras que Costa Rica, Brasil, Honduras y Paraguay se prestaron para formar lo que entonces denominaron Fuerza Interamericana de Paz, nombre eufemístico en el que se escudaba Estados Unidos para meter sus tropas en nuestra Patria.
Vaya con la “fuerza interamericana de paz”, que produjo la muerte de más de cinco mil dominicanos, no sin antes que el plomo reivindicador del pueblo rasgara las carnes del insolente soldado invasor.
La aventura in
tervencionista provocó páginas legendarias de los militares y la gente del pueblo que salió en defensa de la Patria: Caamaño, Lachapel, los hombres Rana, Fernández Domínguez, los Coroneles del campamento de la Primera Brigada, los extranjeros que se hicieron dominicanos en las estrechas calles de la zona Colonial, como Illio Capocci, los combatientes haitianos y esa valiente masa de luchadores populares que supieron vender caras sus vidas.
Los días 1 5 y 16 de este mes de 1965, la lluvia de balas salidas de las armas de los interventores cegaron muchas vidas, pero no pudieron avanzar y conquistar a los que en la Zona Colonial vertían su sangre en defensa de la nacionalidad.
Está bien que pidan perdón, pero las heridas que aquello produjo dejan cicatrices incurables.
Ramón De Luna 16 de junio, 2016
