La lluvia ha puesto nuevamente en evidencia el fraude en las construcciones escolares. Solares sobrevaluados, lugares o terrenos poco idóneos, edificaciones de poca consistencia o calidad. Encima, aulas estrechas y caras. En los países que se respetan a sí mismos, con gobiernos que tienen un mínimo de vergüenza y sus funcionarios saben que hay consecuencias sobre sus actos, las obras públicas tienen óptima calidad y garantías para los usuarios, que son los propietarios!
La ciudadanía, la gente es propietaria de los espacios y patrimonios públicos. En el caso de las edificaciones destinadas a educación y salud, que tienen un uso masivo e intenso, las obras deben ser de absoluta calidad y seguridad.
Un hospital no puede derrumbarse por construcción fraudulenta encima de los pacientes, de los médicos y del personal para-médico, ni siquiera en medio de un terremoto. Pues a ese hospital hay que llevar las víctimas del fenómeno telúrico, y los que están en él deben sentirse seguros.
Una escuela, un liceo o politécnico son edificios que reciben cientos de almas diario. Debe ser una obra segura. No se puede aprovechar el tiempo escolar, los escenarios de aprendizajes si se está asaltado por la incertidumbre, por las dudas sobre seguridad.
Tiene que haber certeza, debe haber una masiva evaluación de las escuelas y liceos por técnicos independientes que certifiquen la obra o la descalifiquen. Nada de lo que hay merece confianza.
Todavía hay denuncias de extorsión en la OISOE (Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado). Está fresco en la memoria el fatídico suicidio de un joven arquitecto (hijo de una maestra jubilada), que no aguantó el robo de su obra por las mafias en esa institución.
Los centros educativos generalmente son censados como destino-refugio de las personas cercanas en caso de desastres. Pero sería un desastre mayúsculo refugiarse debajo de otro desastre.-TERMINA LA CITA
(Miguel Ángel Fernández)